Pinté esta serie de retablos durante un periodo oscuro. Los cambios, las malas rachas, el divorcio, la postpandemia, todo se juntó en un periodo de tiempo muy corto y estaba seguro de que era producto de hechizos y rezos malintencionados. Evadí la responsabilidad sobre mi salud mental culpando a fuerzas intangibles controladas por terceros. ¡Pensé que me estaban haciendo brujería!
Elegí la madera como soporte por herencia familiar y como escenario para las sesiones de introspección que tendría durante el proceso. Este material se convirtió en un puente entre lo tangible y lo etéreo, una invitación amable para recordar, soñar y explorar mi cabeza. Con la pintura acrílica y las texturas logradas encontré un dialogo fácil entre lo urbano y lo ancestral, un viaje hacia mis recuerdos donde el folclor y las historias populares se entrelazan con mis vivencias, esto es, materia prima para cualquier terapia.
Al encarnar el diagnóstico del trastorno como un germen que vive en mi cerebro, un parásito que puedo nombrar, visualizar y entender, pude desarrollar estrategias y métodos para apaciguarlo. El arte es el antídoto. Así, tanto la brujería como los trastornos mentales, nos invitan a reflexionar sobre la complejidad de la mente humana y la necesidad de un enfoque compasivo y comprensivo hacia lo que consideramos «anómalo».